Apostado en el fondo de la sala escucho con atención, he llegado solo, tarde como siempre. El concierto ya había empezado aunque tengo la mejor excusa: les estaba contando un cuento a mis niños. Un cuento inventado, que todas las noches me toca improvisar, y que ellos escuchan con una atención deliciosa. Según se desarrolla el cuento ellos sonríen, se preocupan, y respiran aliviados cuando todo acaba bien.
Mi hijo pequeño se ha dormido, mi hijo mayor me pregunta: -¿Dónde vas ahora?
- Voy a un concierto.
- ¿Qué es eso?
- ¿Recuerdas esta mañana que vimos unos músicos en la calle? Pues es lo mismo pero dentro de una sala.
- ¿Y por qué vas?
- Porque me gusta mucho este músico. Me gustan sus canciones.
- ¿Pero vas a venir pronto?
- Sí, es solo un ratito, lo que dura una película, cuando despiertes por la mañana estaré en casa.
Y él sonríe y me da un beso. Yo salgo en silencio de la habitación, me visto, beso a mi mujer y salgo con prisa de casa, el concierto debe llevar ya un buen rato.
Llego a la puerta y pago la entrada, me dicen que la actuación prácticamente acaba de empezar. Saludo a un conocido y me acomodo en el fondo del bar un tanto incómodo: a pesar de haber avisado a todos mis amigos ninguno se ha animado a venir conmigo. Estoy solo.
Ahora soy yo quien escucha el cuento desde el fondo de la sala. Las canciones se suceden, el ritmo se filtra bajo mi piel, las melodías se encadenan y disfruto sin parar de sonreír. Escucho emocionado y también siento envidia. Envidia de los músicos, de su talento, de su capacidad para hacer sentir a la gente. Si algo anhelo en esta vida es poder hacer algo parecido, provocar sentimientos, despertar emociones. Tengo la insensata idea de que los sentimientos, el arte, sea eso lo que sea, pueden hacernos mejores personas y cambiar el mundo.
Escucho la música y me convierto en mis hijos escuchando un cuento improvisado. Comprendo mejor lo importante que es para ellos su cuento, su historia inventada, su final feliz. Pienso que no puede haber nada más grande en el mundo que hacer sentir a la gente. Y entonces caigo en la cuenta de que tal vez no deba sentir tanta envidia de los músicos, que yo, a mí manera, también soy uno de ellos, que todas las noches actúo para unos pequeños haciéndoles disfrutar y emocionarse, aunque luego durante el día me gane la vida de otra forma.
Acaba el concierto y me acerco a saludar al músico. No me suelo poner nervioso ante jefes ni altos cargos de compañías, pero ahora lo estoy. No puedo más que agradecerle lo que hace, darle la enhorabuena y desearle que continúe así. Él me firma su disco, intercambiamos unas pocas impresiones y me marcho. Feliz.
Ojalá pueda seguir contando sus historias inventadas y haciendo sentir a la gente durante mucho tiempo. Ojalá llegue el día en que los crean, los que inventan, los que arrancan sonrisas y emociones sean reconocidos como se merecen, eso sería señal de que estaríamos en un mundo mejor.
Anónimo
Relato anónimo para Juan Zelada
Click To Tweet
Desde Muwom queremos dar las gracias al escritor por este relato tan emotivo. Una vez más, creemos en el buen trabajo, en el poder música y en la magia de las canciones.
The post Relato anónimo para Juan Zelada appeared first on Blog MUWOM.